• Martes, abril 30, 2024

Entrevista con Ví­ctor Manuel Toledo, biólogo

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Tania Molina Ramí­rez
IMC Chiapas

Pátzcuaro, Michoacán.- “Nunca he creí­do en tener una sola profesión y en hacer la misma cosa toda la vida. Serí­a como si tu cerebro creciera sólo en una dirección, como un tumor”, dice de sí­ misma la escritora india Arundhati Roy. El biólogo Ví­ctor Manuel Toledo (1945) pertenece a esa estirpe. Su cerebro crece en todas direcciones. Es un destacado doctor en biologí­a, experto en etnoecologí­a, poseedor de múltiples reconocimientos internacionales (sobre todo por sus estudios sobre las relaciones entre las culturas indí­genas y la naturaleza), y también es dibujante, actor y poeta. Es, pues, un apasionado de la vida que querí­a ser actor y biólogo, pero a quien su padre obligó a abrazar una profesión seria. Décadas más tarde, Ví­ctor Toledo se salió con la suya.

En entrevista, habla de la ética del biólogo, de los defensores de la biodiversidad, de la ciencia corporativa, de la recién aprobada ley de bioseguridad y de qué hacer frente a los peligros que representan los organismos genéticamente modificados.

“¿Y los defensores de la bioseguridad?”, preguntaba el biólogo Ví­ctor Manuel Toledo en un artí­culo publicado en La Jornada (25/02/05). En el texto hací­a una severa crí­tica a los “responsables de las tres principales entidades encargadas de salvaguardar la biodiversidad de México: la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, el Consejo Nacional de íreas Naturales Protegidas y el Instituto Nacional de Ecologí­a “por su posición en la discusión de la recién aprobada ley de bioseguridad (criticada por amplios sectores académicos y agricultores por más bien ofrecer seguridad a las trasnacionales y no a la biodiversidad). (Dos de estos biólogos ­Ezequiel Ezcurra y Soberón­ renunciaron hace unos dí­as.)

En aquel texto, Toledo parafraseaba a Eric Fromm: “se ama porque se conoce y lo que se ama se defiende”.

­¿Por qué acudir a Fromm en este momento?

­Los generadores de conocimiento, que en las últimas décadas están fundamentalmente representados por el cientí­fico, en el plano institucional o de la sociedad industrial, están sufriendo un cambio profundo.

“La idea del cientí­fico como un ser equilibrado que produce una ciencia socialmente positiva, polí­ticamente neutra, es falsa. Casi la mitad de la investigación cientí­fica en Estados Unidos está ligada con la industria bélica y cada vez más con las corporaciones. En las últimas décadas, las grandes compañí­as trasnacionales que hacen su propia ciencia comenzaron a buscar la maquila en las instituciones públicas. En unas décadas más no va a haber ciencia del sector público, va a ser una ciencia corporativa. Todo lo que está ligado con los organismos genéticamente modificados (OGM) es un buen estudio de caso.

“Los biólogos aprendemos durante la carrera a conocer el proceso evolutivo y tenemos la capacidad para relativizar lo que significa el fenómeno humano. Cualquier cientí­fico sabe que el planeta tiene unos 4 mil millones de años, que la vida se originó hace 3 mil millones de años y que el ser humano se originó hace apenas 2 millones de años. Somos apenas un instante en la evolución cósmica. Por lo tanto, lo que el ser humano hace actualmente, en una inconsciencia total, le quita el nombre de homo sapiens y lo vuelve un homo demens. Creo que no hay ni una especie en el planeta que se dedique a devorar su propia casa y que destruya a sus semejantes como el ser humano lo hace”.

Esta visión, en perspectiva, de la que goza el biólogo, es la que deberí­a iluminar sus acciones, afirma Toledo.

Sin embargo, el caso de los transgénicos, por ejemplo, refleja lo opuesto, “nos (recuerda) la impertinencia de la especie humana respecto al resto del mundo natural. Es una falta de cordura. La ciencia se convierte en un instrumento de dominio. Esta es la ideologí­a de la ciencia corporativa.

“La consciencia evolutiva te permite ser muy crí­tico ante estas nuevas tecnologí­as que buscan acentuar el dominio del ser humano sobre la naturaleza, en este caso para la producción de alimentos.

“Lo que se plantea desde la ecologí­a, por ejemplo, es lo contrario; y no sólo desde la ecologí­a, sino desde la filosofí­a más profunda. Hay una frase que me gusta mucho de un filósofo alemán de la Escuela de Frankfurt, Alfred Schmidt, que dice que a la naturaleza se le domina cuando la sociedad se pliega ante sus leyes. Esta frase es una rememoración de la filosofí­a oriental y de las cosmovisiones indí­genas.”

El ser industrial ve a la naturaleza como algo separado de ella, explica el pintor-cientí­fico-poeta. “En cambio, bajo las filosofí­as premodernas, orientales, indí­genas, los seres humanos somos parte de la naturaleza y por lo tanto hay la idea de lo recí­proco: dependemos de la naturaleza y la naturaleza depende de nosotros. Esto es toda una visión, una filosofí­a y, al final, una ética.

“En mi artí­culo, lo que le reclamo a mis colegas es que podrán buscar la negociación [de la ley de bioseguridad], pero hay cosas que no se pueden olvidar. Hay una filosofí­a, una ética, una consciencia, que traicionaron.”

­¿Cómo la traicionaron?

­La ley de bioseguridad fue propuesta por un grupo de biotecnólogos de la Academia Mexicana de Ciencias (partidarios de los OGM). Según Greenpeace, hubo gente de las corporaciones tratando de influenciar el voto.

Los biólogos “faltaron a una bioética, (les) faltó una posición de principio. Deberí­a de haber una posición opuesta a la generación de transgénicos por ser una monstruosidad dentro de la generación de biotecnologí­a, porque, ¿qué significa un transgénico? Significa la manipulación humana de un gen en un organismo, que lo sacan y meten en otro. Se podrí­a hacer a nivel experimental, pero no hay suficiente fuerza social para que (triunfe) el punto de vista que pide ser cautos”, debido a que implican “un riesgo que desconocemos. Se están alterando formas naturales para que el ser humano se aproveche de ellas”.

­¿Por qué no defendieron este punto de vista?

­Es un problema de pérdida de brújula, de principios filosóficos. En el caso de los biólogos.

Además hay intereses de por medio: “La investigación biotecnológica es muy cara. Cualquier sustancia, cualquier reactivo, cuesta miles y miles de pesos, las corporaciones auspician la investigación y las instituciones maquilan para las corporaciones. Hay convenios de regreso de regalí­as cuando el producto se comercializa.”

­En este artí­culo habla sobre los viejos defensores de la biodiversidad. ¿Quiénes, qué hicieron?

­(Por sólo mencionar algunos de los más destacados): Enrique Beltrán [subsecretario Forestal y de Fauna de 1958 a 1964]. Fue muy hábil para negociar el caso de barbasco (planta trepadora, tubérculo de las selvas mexicanas). Del barbasco se obtuvo (la materia prima) para que la industria farmacéutica generara los anticonceptivos. Los campesinos que recolectaron barbasco fueron la base para la creación de toda la producción de anticonceptivos a escala mundial.

Beltrán fue el principal negociador con el laboratorio Syntex. Gracias a estas negociaciones, se permitió la salida del barbasco, pero crearon un impuesto para su salida, el cual “permitió la investigación y se creó la escuela mexicana de ecologí­a tropical”.

“Efraí­n Hernández Xolocotzi [1913-1991]. Se adelantó décadas. Defendió, frente a la agricultura industrial (la llamada revolución verde), a la agricultura campesina, al maí­z. Defendió una agricultura basada en la milpa, fue un hombre muy aguerrido. Sus batallas son célebres entre los agrónomos.

“Arturo Gómez-Pompa. En Uxpanapa, Veracruz, se planeaba deforestar 85 mil hectáreas (en la época de Echeverrí­a), y gracias a la batalla de Gómez-Pompa y de nosotros, sus estudiantes, se logró parar buena parte.

“Este espí­ritu de lucha, que proviene de un instinto profundo de defensa de la vida que surge del conocimiento biológico, quedó rebasado por las minucias de discusiones tecnológicas o jurí­dicas o bien de una actitud más light” [en las discusiones de la ley de bioseguridad].

México: laboratorio de proyectos de sustentabilidad

­Hoy, ¿dónde están los defensores de la biodiversidad?

­¡Uy! ¡Son tantos!… En los que están haciendo una especie de ciencia aplicada participativa. México es un laboratorio a escala mundial de proyectos alternativos de sustentabilidad, de agricultura orgánica, de manejo de bosques.

“Se conjuntan dos elementos: la presencia de un sector social comunitario, resultado de una larga historia mesoamericana y de la revolución agraria del siglo XX; y, por otro lado, una generación, o varias, de profesionistas que han estado detrás de estas experiencias.

“En el asunto de agricultura orgánica, tenemos la producción del café orgánico: detrás de una cooperativa indí­gena de café casi siempre hay un agrónomo, un biólogo, gente que vino de la UAM, la UNAM, (la Universidad de) Chapingo, el Politécnico.

“En el caso de los bosques, tienes la gran experiencia (comunitaria) de Quintana Roo, con la Organización de Ejidos Productores Forestales de la Zona Maya.

“La Sierra Norte de Oaxaca. Tienes una docena o más de experiencias comunitarias de manejo de bosques, toda una lucha desde hace 20 años. En la costa de Oaxaca, tienes experiencias ligadas con la pesca, la artesaní­a. En Michoacán San Juan Nuevo… En la Sierra Norte de Puebla…

“En estas experiencias siempre hay algún investigador. Hay instituciones que han traspasado los marcos institucionales, como el Colegio de la Frontera Sur, (donde) hay muchos trabajando proyectos sociales. O de la UNAM… o la gente de la Universidad de Guadalajara… en Jalapa se acaba de crear un nuevo centro para investigaciones tropicales.

Todos los actores sociales participan “en lo que ahora se llama una ciencia para la sustentabilidad: familias, comunidades, cooperativas locales, y casi siempre hay una ONG, un cientí­fico, una fundación que apoya, la iglesia…”

Alicia y los transgénicos

­¿Qué opina sobre las llamadas “zonas libres de transgénicos”? (El artí­culo 90 de la ley establece la posibilidad de creación de estas áreas.)

­Como quedó (redactado) fue terrible. Un poco como Alicia en el Paí­s de las Maravillas. Todo al revés. Ahora resulta que los que tienen que hacer un trámite complicado de gestión para declarar un área libre de transgénicos son los que no quieren hacer agricultura de transgénicos, cuando debí­a ser al revés.

Los interesados tienen que demostrar que no hay transgénicos en esa zona. Implica un proceso burocrático “para demostrar prácticamente indemostrable. ¿Cómo demuestras que una especie afí­n no va a ser afectada? ¿Qué tamaño (de área tendrí­a que tener)? ¿Una hectárea? ¿20 hectáreas? ¿Una región?

“Debí­a bastar con que una comunidad, una región, mediante un mecanismo, declare que no quiere ser productor de transgénicos para que eso sea suficiente. Debí­a ser motivo de un movimiento social, y yo creo que lo será (un movimiento), que se aglutinará alrededor de una reivindicación popular ligada a una alimentación sana, una vida sana, sin riesgos.

“Ese va a ser el siguiente paso. Sobre todo porque ya hay experiencias exitosas productivas de corte ecológico. Simplemente, si la Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras, con sus 75 mil productores, que se enfilan hacia lo orgánico, decidiera hacerlo, empezarí­a a haber declaratorias de áreas libres de transgénicos.”

Giordano Bruno y la seta

Hoy, los cientí­ficos pierden libertad por dos ví­as: las grandes empresas, ví­a financiamiento, dictan qué investigaciones se realizan; por otro lado, cuando algún cientí­fico realiza alguna investigación que no conviene a las empresas, éstas ejercen su poder para frenarlo. “Estamos ante casos como los de Giordamo Bruno o Galileo; casos de cientí­ficos que fueron censurados porque atentaban contra las ideas predominantes”.

Toledo ejemplifica lo anterior con el caso de Ignacio Chapela, investigador mexicano en la Universidad de California, que mostró que los maí­ces criollos oaxaqueños estaban contaminados y publicó los resultados de su investigación en la prestigiosa revista cientí­fica Nature. “Un mes después, Nature publicó una editorial diciendo que lo que decí­a el artí­culo todaví­a no estaba confirmado. Nunca habí­a pasado en la historia de la revista”.

Lo que hoy ocurre en materia de biotecnologí­a recuerda a Toledo lo que ocurrió en el pasado en torno a la energí­a nuclear, “como en el pelí­cula China Syndrome [sobre un accidente en una planta nuclear]. Las empresas corrompen decisiones de jueces, informes técnicos y ahora corrompen instituciones cientí­ficas”.

“La contaminación transgénica es equivalente a una seta nuclear. No tenemos la capacidad de ver el efecto multiplicador del cambio genético. Es como si metes una canica en un mundo de millones de canicas ordenadas. No sabes qué va a pasar, cuáles van a ser los efectos: una le va a pegar a otra… provocas una reacción en cadena, como con la energí­a nuclear. (Con los OGM) estamos ante un proceso en el que no sabemos qué va a pasar”.

Y, “en estas condiciones, el cientí­fico se vuelve una tuerca más del aparato, al servicio de un objetivo fundamentalmente económico”, advierte Toledo.

¿Y ahora?

Para evitar que una canica le pegue a la siguiente, y se propague la contaminación de las especies nativas en México, Toledo concluye con algunas propuestas, las primeras dos, resultados de un estudio “para dictaminar si habí­a riesgo de contaminación de maí­z por transgénicos”, solicitado por la Comisión para Cooperación Ambiental de América del Norte a un grupo de investigadores de América del Norte, coordinado por José Sarukhán (en el cual participó durante unos meses Toledo), publicado en noviembre de 2004 y vetado por Estados Unidos:

* México debe mantener una moratoria a la importación y siembra de grano transgénico.
* Todo maí­z importado de Estados Unidos debe ser molido (para evitar cualquier posibilidad de contaminación a los maí­ces criollos).

Además, “tiene que haber una campaña de información masiva. ¡Si tuviera dinero harí­a 15 millones de volantes para alertar sobre esta situación!”

Y sobre todo, “hay que seguir buscando maneras de conectar a los productores entre sí­, para crear mercados alternativos, sanos”.

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